domingo, 4 de mayo de 2014

Diez grandes placeres de la vida en São Paulo.

1. Hablar con desconocidos. São Paulo es lo suficientemente grande como para no les extrañe que seas de fuera, ni que tu portugués sea macarrónico. Y Brasil es tan enorme como para que piensen que su idioma es él idioma, que sí que comprendes todo lo que te dicen. Y al brasileño le gusta hablar tanto como a mí escucharles. 
El chico que conociste hace veinte minutos en el hostel y con el que acabas saliendo a cenar a un chiringuito en Copacabana, el taxista que te cuenta que su mujer no es celosa, el carnicero que te envasa la carne al vacío y te la etiqueta con un mimo que raya en el amor, la señora sentada en una silla al borde de la playa que te explica como la vida consiste en disfrutar con lo que se tiene, la compañera de clase que te dice que le dijeron que en Europa el chocolate es menos dulce, la vecina de ocho años que al enterarse de que eres de España te pregunta (y espera tu respuesta como quién espera a los Reyes Magos) cómo es eso de la nieve...

2. Sentirte una más entre veinte millones. Aquí no hay canon, no hay norma. Blancos, negros, orientales. Muchos niños y muchos ancianos. Gente que va a las reuniones de trabajo en helicóptero y otros que se ganan la vida embetunando zapatos en la plaza de la catedral. Y tú entre medias. Es imposible que desentones, porque no hay tono. No te van a mirar raro, nadie va a advertir que no eres uno de ellos, porque seas como seas y hagas lo que hagas lo serás, serás paulistano siempre que tú quieras.

3. Ir por la vida en chanclas. No es lo más elegante, ni lo que hacen la mayoría de los paulistanos, pero no saben lo que se pierden. El clima se presta a ello. Sientes el sol, sientes el aire, sientes la lluvia, sientes la vida. Y sabes lo intenso que ha sido el día según el negro más cerrado o más ligero de tus pies al final de la jornada.

4. La comida callejera. Conocí un chico en Río que me decía "me encanta la comida callejera, te compran los olores". Y nada más cierto, tú no compras la comida, ella es la que te compra. Y quedas a merced de esos pinchos a la brasa con farofa, de ese perrito caliente (con puré de patatas y prensado en la plancha) que no falla en la puerta de un garito a las cinco de la madrugada, de ese caldo de cana y pastel de cada feria de sábado, de ese café con leche a la carrera antes de entrar a clase, y de ese maíz cocido omnipresente (y omnipotente) que hace que tu día merezca la pena aunque sea sólo por esos cinco minutos de extremo placer mientras devoras tu mazorca.

5. Las fiestas universitarias. Toda la vida has tenido en mente las fiestas americanas. Bien, bórralas. La Universidad de São Paulo es otro nivel. Fiestas rutinarias cada jueves, fiestas por algún motivo cada viernes, fiestas de una facultad, fiestas suma de varias, fiestas de cervejada, fiestas open bar, fiestas open bar y open food... y lo que es mejor, fiestas open mind. El handicap de esto, tener que elegir, porque aunque te pasaras de farra 24/7 no podrías ir a todas porque muchas se simultanean en el tiempo.

6. Llegar a un sitio y que no haya fila. Sientes que te alargan la vida veinte años, sientes que no vas ni a saber qué hacer con el tiempo que has ganado. Es un placer que sólo experimentas en São Paulo. ¿Por qué? Porque como te pasas la vida haciendo colas, el llegar y que no haga falta esperar te hace tener un momento Trainspotting: "Take the best orgasm you ever had, multiply it by a thousand and you're still nowhere near it." En serio, es como la heroína. No sabes lo que es si no la pruebas, no sabes lo que es el placer de no esperar una fila si no vives en São Paulo.

7. El portugués. Es como el español. Pero en alegre y sexy. Muy sexy. Namorado, cheiro, garotinha, apaixonar, beleza, feijão, gatão, coixinha, mexer, gostoso, brincadeira. Suena gostoso hasta si te están diciendo cosas feas. Esa i final que le añaden a todo tiene magia.

8. El que sea Latinoamérica. Cableado aéreo, sin enterrar. Casas de colores. Edificios de treinta pisos. Humedad de la que iguala más que el comunismo, todos ligeramente húmedos (tan poquito que el que es de aquí no lo percibe). Autobuseros que te dejan colarte sin billete. Sitios donde mandar a arreglar las cosas para no tener que comprar nuevas. Ofertas de trabajo, nada de crisis aún. El caos. La libertad. Intuir que queda mucho por hacer, que aquí no todo está inventado ya.

9. Echar de menos Madrid. Porque sabes que cuando vuelvas vas a disfrutar cada aceituna y cada Mahou como nunca lo habías hecho antes. Y vas a ver el Retiro como si fuera tuyo, porque en el fondo lo es. Y sabes que pasearás por la Plaza Mayor sonriendo de oreja a oreja porque echabas muchísimo en falta el olor a bar. Y matarás a tus amigos, esos que dicen "mazo", del abrazo tan fuerte que les vas a dar. Y verás ese cielo tan madrileño, más azul incluso que los demás, porque tú si has comprendido bien el significado de eso de "De Madrid al cielo". Y tienes la certeza de que siempre será un lugar para volver, será tu ciudad.

10. Lo que vendrá. Que no sé lo que es. Por seguro sólo tengo el seguir disfrutando de estos nueve placeres, seguir conociendo gente y seguir tomando caipirinhas. Y cualquier extra será bienvenido. Y esa inocencia ante el futuro es un placer de diez, y el placer diez de esta lista.

1 comentario:

  1. Todo muy cierto y muy genial, tanto por lo que cuentas y por como lo cuentas. Qué bonito es Brasil y qué hermana más buena escritora tengo. (Julie)

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