miércoles, 17 de febrero de 2016

La Última.

Si tú supieras que ese iba a ser el último beso, ¿cómo lo habrías dado?

Ya, yo también. Eterno.

La primera vez nunca se olvida. Nunca, es cierto. Juega con la ventaja de saberse especial desde antes de suceder. La primera vez sabe que eres plenamente consciente de que es única.

E irrepetible. Como la vigésimo tercera. Todas la son.

A excepción de la última. La última se repite, la última va mudando de forma. Nace junto a la primera vez y se va desplazando, avanzando, hasta que un día llega a ser La Última Vez.

Es la más especial, la más puta. No sabes cuándo va a venir y cuando llega ya es demasiado tarde. O quieres que llegue y no está ni cerca. O supones que ya sucedió y huye hacia adelante, apareciendo de nuevo cuando la creías pasado.

Imprevisible, muy perra. La Última Vez es complicada hasta de recordar. Sobre todo cuando no la esperas. Mal grabada en la memoria. Repentino sabor amargo cuando descubres que es lo que es, La Última.


Hasta los inconscientes nos arrepentimos.  Y los idiotas maldecimos. Lloramos. Lloramos sonriendo, porque si nos duele es que, al menos un segundo, fue verdad.