miércoles, 17 de febrero de 2016

La Última.

Si tú supieras que ese iba a ser el último beso, ¿cómo lo habrías dado?

Ya, yo también. Eterno.

La primera vez nunca se olvida. Nunca, es cierto. Juega con la ventaja de saberse especial desde antes de suceder. La primera vez sabe que eres plenamente consciente de que es única.

E irrepetible. Como la vigésimo tercera. Todas la son.

A excepción de la última. La última se repite, la última va mudando de forma. Nace junto a la primera vez y se va desplazando, avanzando, hasta que un día llega a ser La Última Vez.

Es la más especial, la más puta. No sabes cuándo va a venir y cuando llega ya es demasiado tarde. O quieres que llegue y no está ni cerca. O supones que ya sucedió y huye hacia adelante, apareciendo de nuevo cuando la creías pasado.

Imprevisible, muy perra. La Última Vez es complicada hasta de recordar. Sobre todo cuando no la esperas. Mal grabada en la memoria. Repentino sabor amargo cuando descubres que es lo que es, La Última.


Hasta los inconscientes nos arrepentimos.  Y los idiotas maldecimos. Lloramos. Lloramos sonriendo, porque si nos duele es que, al menos un segundo, fue verdad.

martes, 1 de julio de 2014

Random.

Hay cosas que pasan, y cosas que haces que te pasen. Hay cosas que haces que pasen, y cosas que te pasan.

Da igual dónde esté el énfasis, la vida es la suma de ambas.

Contabilizar la vida por cursos escolares. Y hacer crack, cambiar a mitad de curso, empezar otra cosa, ponerte boca abajo en la Tierra, dar la vuelta a las estaciones. Tengo distorsionados temporalmente los recuerdos. Vivir nunca fue tan %$&¬@/*€. Estoy donde he elegido estar. Y tengo que seguir eligiendo. Nunca dolió tanto ser feliz. Electricidad por dentro al pensar en el futuro. Me pone.

Pizza de plátano. Manchar la pared. Proponer un taxi. El alquiler, pagado. Relatorio listo. Caldo de cana. Hay que arreglar la bicicleta. Empacho de fútbol. Me quiero casar con mi portero.

Amo las pinacotecas, y me la traen al pairo los museos de ánforas, vasijas y demás cacharrería arqueológica.

Hay un juego que es de jugar de a dos. Cada uno tiene un dedo sacado en cada mano al principio. Se trata de golpear con tu mano la mano del otro, y el otro se suma el número de dedos con los que le hayas golpeado. Si llega a cinco pierde y tiene que quitar la mano. Si un jugador se queda con una sola mano y tiene en la otra un número par de dedos (o dos o cuatro), puede dividirlos y quedarse con la mitad de dedos en cada mano. Es divertido el juego.

¿Eres poeta? Pues súbete la bragueta.

He intentado imaginarme muchas veces una cuarta dimensión y no lo consigo. Dicen que es el tiempo, y entonces me imagino un cubo (dividido en subcubitos, tipo cubo de Rubik) apareciendo y desapareciendo, poniendo y quitando esa dimensión. Pero si quiero imaginarme una cuarta dimensión métrica, no puedo. Condicionantes biológicos supongo. Y tampoco puedo imaginarme sabores que no sean combinación de los que ya conozco. Ni colores nuevos, pero eso ya sé que es porque lo que se escapa de determinada longitud de onda no lo vemos. Cuando estudié las ondas aluciné con lo de que se podría ver la música si nuestro ojo captara esas longitudes de onda. Pero tampoco puedo imaginar olores. En el fondo estamos bastante limitaditos. Aunque lo que más me gustaría es poder volar. Lo he soñado varias veces y es la p****. Soñar mola mucho, mucho. La vida es siempre más gris. Hasta que la realidad se pone seria y te mete un bombazo que deja en bragas tus sueños. Y eso sirve para soñar más fuerte, y te caes desde más alto al despertar. Pero la idea es caerse desde alto, sí, sí.

Ángel fieramente humano. "Ser -y no ser- eternos, fugitivos. ¡Ángel con grandes alas de cadenas!"

Miénteme.

Tralará.

lunes, 2 de junio de 2014

Almendras amargas. Una de cal y una de arena.

Una de cal y una de arena... "Aunque nunca sepa cuál es la buena"

Porque en la próxima entrevista de trabajo que haga cuando me pregunten mis puntos fuertes voy a decir: mi capacidad para dormir profundamente en los vuelos transatlánticos. Lo de soñar volando tiene su punto, suena poético. Pero te despierta el carrito de la comida pasando, esa comida de avión que debería estar prohibida por la ley. Como siempre, el precio de soñar es despertar. Menos para Walt Disney, que por ahí anda congelado.

Y se me jode el cargador y una misteriosa conexión neuronal me hace recordar que pensar en nuestros momentos más felices nos pone tristes. Que lo comprobamos sin rastro de duda en una tutoría de primero de bachillerato. Pensar en momentos tristes lo que me pone es de mal humor. Así que a otra cosa, mariposa. ¿Has visto que ha abdicado el rey? Casi me pilla durmiendo. Despierto y vuelvo a maldecir esas cinco horas de atraso que separan más que esos ocho mil kilómetros dirección suroeste; y agradezco haber hecho selectividad en 2008 y haber tenido que estudiar sólo las abdicaciones de Bayona y no estas del 2 de junio, o como quiera que las vayan a llamar los historiadores.

De pequeñita me gustaba mucho la Historia, quería ser arqueóloga. Poco a poco se me fue disminuyendo el interés por la mayúscula, y ahora lo que me atrae es la historia. O hasta puedes llamarlo chisme. Lo que a mí me me interesa es todo aquello de lo que se habla en una sobremesa con los amigos, pues creo que no existe definición más perfecta de felicidad que la de sobremesa. También puede ser un banco, y unas vistas a la A6. O una frase que acaba en "algo" y otra que no recuerdas cómo es, pero que tenía la palabra "bonita". Orgullo y satisfacción, que diría el nuevo ex de todos los españoles. Aderezados con extrañeza y temor. ¿Alguien sabe dónde se compra el coraje? Póngame cuarto y mitad, que lo que me sobre ya lo congelaré. (Sí, sí, como a Walt Disney.) Los locos no tienen miedo, los niños y los borrachos no mienten, sarna con gusto no pica... Pero tiemblo de miedo, me miente el alcohol y mi infancia, y lo que me gusta me hace llorar. "Llore, llore, que eso desahoga", le dicen al tipo del chiste que pide socorro tras caerse de un puente.

El tipo se ahoga, y nosotros nos reímos de eso. El desastre ajeno consuela, y saber reírse del propio es fundamental. No creo en Dios, ni en el destino. Creo en los juegos de palabras, en las sonrisas y en las cervezas. Creo en los atardeceres en la playa, y en los libros que leería una y otra vez. Creo en tus emoticonos del whatsapp. Y sobre todas las cosas, creo en las aceitunas. Porque siempre se dejan meter mano.

Nunca olvido que Leibnitz dijo que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Así que con las lágrimas ahora viene una sonrisa. No sé por qué estoy tomándome estos noodles instantáneos antes ir, tarde, a clase. Siempre me he sentido más hija de la casualidad que de la causalidad. Pero no sé, tal vez todo sea inevitable.

Ya lo escribió el hermano del topógrafo de mi abuelo, al que muchos llaman Gabo, "Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados."





domingo, 4 de mayo de 2014

Diez grandes placeres de la vida en São Paulo.

1. Hablar con desconocidos. São Paulo es lo suficientemente grande como para no les extrañe que seas de fuera, ni que tu portugués sea macarrónico. Y Brasil es tan enorme como para que piensen que su idioma es él idioma, que sí que comprendes todo lo que te dicen. Y al brasileño le gusta hablar tanto como a mí escucharles. 
El chico que conociste hace veinte minutos en el hostel y con el que acabas saliendo a cenar a un chiringuito en Copacabana, el taxista que te cuenta que su mujer no es celosa, el carnicero que te envasa la carne al vacío y te la etiqueta con un mimo que raya en el amor, la señora sentada en una silla al borde de la playa que te explica como la vida consiste en disfrutar con lo que se tiene, la compañera de clase que te dice que le dijeron que en Europa el chocolate es menos dulce, la vecina de ocho años que al enterarse de que eres de España te pregunta (y espera tu respuesta como quién espera a los Reyes Magos) cómo es eso de la nieve...

2. Sentirte una más entre veinte millones. Aquí no hay canon, no hay norma. Blancos, negros, orientales. Muchos niños y muchos ancianos. Gente que va a las reuniones de trabajo en helicóptero y otros que se ganan la vida embetunando zapatos en la plaza de la catedral. Y tú entre medias. Es imposible que desentones, porque no hay tono. No te van a mirar raro, nadie va a advertir que no eres uno de ellos, porque seas como seas y hagas lo que hagas lo serás, serás paulistano siempre que tú quieras.

3. Ir por la vida en chanclas. No es lo más elegante, ni lo que hacen la mayoría de los paulistanos, pero no saben lo que se pierden. El clima se presta a ello. Sientes el sol, sientes el aire, sientes la lluvia, sientes la vida. Y sabes lo intenso que ha sido el día según el negro más cerrado o más ligero de tus pies al final de la jornada.

4. La comida callejera. Conocí un chico en Río que me decía "me encanta la comida callejera, te compran los olores". Y nada más cierto, tú no compras la comida, ella es la que te compra. Y quedas a merced de esos pinchos a la brasa con farofa, de ese perrito caliente (con puré de patatas y prensado en la plancha) que no falla en la puerta de un garito a las cinco de la madrugada, de ese caldo de cana y pastel de cada feria de sábado, de ese café con leche a la carrera antes de entrar a clase, y de ese maíz cocido omnipresente (y omnipotente) que hace que tu día merezca la pena aunque sea sólo por esos cinco minutos de extremo placer mientras devoras tu mazorca.

5. Las fiestas universitarias. Toda la vida has tenido en mente las fiestas americanas. Bien, bórralas. La Universidad de São Paulo es otro nivel. Fiestas rutinarias cada jueves, fiestas por algún motivo cada viernes, fiestas de una facultad, fiestas suma de varias, fiestas de cervejada, fiestas open bar, fiestas open bar y open food... y lo que es mejor, fiestas open mind. El handicap de esto, tener que elegir, porque aunque te pasaras de farra 24/7 no podrías ir a todas porque muchas se simultanean en el tiempo.

6. Llegar a un sitio y que no haya fila. Sientes que te alargan la vida veinte años, sientes que no vas ni a saber qué hacer con el tiempo que has ganado. Es un placer que sólo experimentas en São Paulo. ¿Por qué? Porque como te pasas la vida haciendo colas, el llegar y que no haga falta esperar te hace tener un momento Trainspotting: "Take the best orgasm you ever had, multiply it by a thousand and you're still nowhere near it." En serio, es como la heroína. No sabes lo que es si no la pruebas, no sabes lo que es el placer de no esperar una fila si no vives en São Paulo.

7. El portugués. Es como el español. Pero en alegre y sexy. Muy sexy. Namorado, cheiro, garotinha, apaixonar, beleza, feijão, gatão, coixinha, mexer, gostoso, brincadeira. Suena gostoso hasta si te están diciendo cosas feas. Esa i final que le añaden a todo tiene magia.

8. El que sea Latinoamérica. Cableado aéreo, sin enterrar. Casas de colores. Edificios de treinta pisos. Humedad de la que iguala más que el comunismo, todos ligeramente húmedos (tan poquito que el que es de aquí no lo percibe). Autobuseros que te dejan colarte sin billete. Sitios donde mandar a arreglar las cosas para no tener que comprar nuevas. Ofertas de trabajo, nada de crisis aún. El caos. La libertad. Intuir que queda mucho por hacer, que aquí no todo está inventado ya.

9. Echar de menos Madrid. Porque sabes que cuando vuelvas vas a disfrutar cada aceituna y cada Mahou como nunca lo habías hecho antes. Y vas a ver el Retiro como si fuera tuyo, porque en el fondo lo es. Y sabes que pasearás por la Plaza Mayor sonriendo de oreja a oreja porque echabas muchísimo en falta el olor a bar. Y matarás a tus amigos, esos que dicen "mazo", del abrazo tan fuerte que les vas a dar. Y verás ese cielo tan madrileño, más azul incluso que los demás, porque tú si has comprendido bien el significado de eso de "De Madrid al cielo". Y tienes la certeza de que siempre será un lugar para volver, será tu ciudad.

10. Lo que vendrá. Que no sé lo que es. Por seguro sólo tengo el seguir disfrutando de estos nueve placeres, seguir conociendo gente y seguir tomando caipirinhas. Y cualquier extra será bienvenido. Y esa inocencia ante el futuro es un placer de diez, y el placer diez de esta lista.

miércoles, 5 de marzo de 2014

This is Brazil. (I)

-El papel higiénico no se tira por el inodoro. Porque se atascan. Y no es broma, se atascan así eches medio cuadradito.

-En todo tipo de bares, cafeterías, panaderías, restaurantes y discotecas te dan una ficha con un código de barras o un papelito. Cuando sales del sitio tienes que entregarlo en la caja y pagar.

-Las cervezas vienen en botellas de 600ml, ese es el tamaño estándar.

-El Ikea más cercano está a miles de km de distancia.

-Tampoco hay H&M, ni Primark.

-Para ducharse se usa pastilla de jabón y no gel.

-La planta baja se indica  en el ascensor como T, de térreo.

-Los cables no están enterrados, van aéreos por postes en casi todos los barrios.

-Cuando te llaman por tlf, en la pantalla del móvil te aparece la ciudad desde la cual te están llamando.

-Hay pizzas dulces (plátano, chocolate, mousse de limón, etc) en todas las pizzerias.

-La universidad pública no se paga, es gratis total.

-El himno nacional sí que tiene letra.

martes, 25 de febrero de 2014

Qué m***** haces leyendo esto.

Esto no es un blog de viajes. Tampoco una bitácora personal. Ni tampoco una web donde colgar fotos. De hecho, lo importante no eres tú que estás leyendo, lo importante es que en este conjunto de bits almacenado en un servidor quién sabe dónde podré postear y colgar lo que quiera cuando quiera, para mi uso y disfrute.

Tras esta declaración de principios absolutamente egocéntrica, vamos allá.

He empezado a perder la cuenta de los días que llevo aquí, señal de que voy entrando de cabeza en esto. ¿Qué es esto? No lo tengo claro. Espero irlo descubriendo.

Tengo aún más miedo ahora que cuando me monté en el avión en Barajas. No soy capaz de imaginar cómo discurrirán estos meses.

Pero me encanta. Es una libertad de las que te hincha el pecho. Probablemente sea el último año que me pueda equivocar a voluntad, antes jamás había podido escoger tanto, ahora me voy a equivocar a montones.

Y lo voy a disfrutar. Tanto, que lo malo se hará regular, lo regular pasará a ser bueno, y lo bueno será inolvidable. No sé bien si la vida es lo que vivimos o lo que recordamos. Así que para eso está esto, para que no se me olvide.

Entonces, una vez fijada la declaración de intenciones... Até mais!