Una de cal y una de arena... "Aunque nunca sepa cuál es la buena"
Porque en la próxima entrevista de trabajo que haga cuando me pregunten mis puntos fuertes voy a decir: mi capacidad para dormir profundamente en los vuelos transatlánticos. Lo de soñar volando tiene su punto, suena poético. Pero te despierta el carrito de la comida pasando, esa comida de avión que debería estar prohibida por la ley. Como siempre, el precio de soñar es despertar. Menos para Walt Disney, que por ahí anda congelado.
Y se me jode el cargador y una misteriosa conexión neuronal me hace recordar que pensar en nuestros momentos más felices nos pone tristes. Que lo comprobamos sin rastro de duda en una tutoría de primero de bachillerato. Pensar en momentos tristes lo que me pone es de mal humor. Así que a otra cosa, mariposa. ¿Has visto que ha abdicado el rey? Casi me pilla durmiendo. Despierto y vuelvo a maldecir esas cinco horas de atraso que separan más que esos ocho mil kilómetros dirección suroeste; y agradezco haber hecho selectividad en 2008 y haber tenido que estudiar sólo las abdicaciones de Bayona y no estas del 2 de junio, o como quiera que las vayan a llamar los historiadores.
De pequeñita me gustaba mucho la Historia, quería ser arqueóloga. Poco a poco se me fue disminuyendo el interés por la mayúscula, y ahora lo que me atrae es la historia. O hasta puedes llamarlo chisme. Lo que a mí me me interesa es todo aquello de lo que se habla en una sobremesa con los amigos, pues creo que no existe definición más perfecta de felicidad que la de sobremesa. También puede ser un banco, y unas vistas a la A6. O una frase que acaba en "algo" y otra que no recuerdas cómo es, pero que tenía la palabra "bonita". Orgullo y satisfacción, que diría el nuevo ex de todos los españoles. Aderezados con extrañeza y temor. ¿Alguien sabe dónde se compra el coraje? Póngame cuarto y mitad, que lo que me sobre ya lo congelaré. (Sí, sí, como a Walt Disney.) Los locos no tienen miedo, los niños y los borrachos no mienten, sarna con gusto no pica... Pero tiemblo de miedo, me miente el alcohol y mi infancia, y lo que me gusta me hace llorar. "Llore, llore, que eso desahoga", le dicen al tipo del chiste que pide socorro tras caerse de un puente.
El tipo se ahoga, y nosotros nos reímos de eso. El desastre ajeno consuela, y saber reírse del propio es fundamental. No creo en Dios, ni en el destino. Creo en los juegos de palabras, en las sonrisas y en las cervezas. Creo en los atardeceres en la playa, y en los libros que leería una y otra vez. Creo en tus emoticonos del whatsapp. Y sobre todas las cosas, creo en las aceitunas. Porque siempre se dejan meter mano.
Nunca olvido que Leibnitz dijo que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Así que con las lágrimas ahora viene una sonrisa. No sé por qué estoy tomándome estos noodles instantáneos antes ir, tarde, a clase. Siempre me he sentido más hija de la casualidad que de la causalidad. Pero no sé, tal vez todo sea inevitable.
Ya lo escribió el hermano del topógrafo de mi abuelo, al que muchos llaman Gabo, "Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados."